El archivo fotográfico del antiguo Portomarín por Pepe López “Pereira”
Portomarín, el pueblo gallego que fue trasladado piedra a piedra por la construcción del embalse de Belesar en los años 60, podría haber desaparecido para siempre. Pero no lo hizo. Gracias a la mirada paciente y comprometida de Pepe López, conocido como Pereira, hoy podemos recorrer sus calles, ver sus casas y conocer a sus vecinos a través de más de 44.000 fotografías que conforman el archivo visual más completo de su historia.
La mirada fotográfica como arte y oficio
Aunque Pereira se definía como fotógrafo de pueblo, su trabajo trasciende la categoría de oficio. Sus imágenes poseen una dimensión artística que se aprecia en la composición, en el uso de la luz y en la capacidad de transmitir emociones sin artificios. No buscaba la espectacularidad, pero lograba escenas cargadas de poesía visual: un niño con la ropa mojada junto al río, una mujer inclinada sobre la pila de lavar, un grupo de hombres en la taberna con gestos espontáneos. Cada encuadre revela una intención estética, aunque naciera de la cotidianidad. En este sentido, su archivo no solo es documento histórico, sino también obra artística que merece ser reconocida en el ámbito de la fotografía española del siglo XX. La sencillez de sus imágenes es precisamente lo que las convierte en universales: muestran la dignidad de lo común, la belleza de lo sencillo, la fuerza de lo humano. Pereira, sin proponérselo, se convirtió en un artista de la memoria.
¿Quién es Pepe López “Pereira”?
Pepe López, conocido por todos como Pereira, nació en Seixón, una aldea del municipio de Portomarín.
Su vínculo con la fotografía comenzó durante el servicio militar en Ceuta, donde compró su primera cámara, una Bilora Boy alemana, por 150 pesetas. Empezó retratando a sus compañeros de mili, y alvolver al pueblo, convirtió esa afición en su oficio. Abrió su tienda de fotografía en Portomarín y se convirtió en el fotógrafo de referencia.
Pero Pereira no se limitó a hacer retratos de estudio o reportajes de bodas. Salía a la calle, recorría las aldeas, se acercaba a las fiestas, a los trabajos del campo, a los bautizos, a las comuniones. Su cámara capturaba lo cotidiano, lo íntimo, lo que parecía insignificante pero que hoy tiene un valor incalculable. Era un fotógrafo de pueblo, sí, pero también un cronista visual, un guardián de la memoria.
Lo que lo hacía especial no era solo su técnica, sino su sensibilidad. No buscaba la espectacularidad ni la perfección formal. Buscaba la verdad. Sus fotos tienen alma, porque fueron tomadas con respeto, con cercanía, y con la conciencia de que estaba capturando algo que no volvería. Hoy, su archivo es una fuente inagotable para historiadores, vecinos y curiosos que quieren entender cómo era Portomarín antes del agua.
El Portomarín que desapareció bajo el embalse
En los años 60, la construcción del embalse de Belesar obligó al traslado completo del pueblo. La iglesiade San Nicolás fue desmontada piedra a piedra, y muchas casas fueron abandonadas o destruidas. Fue un proceso largo, doloroso, lleno de incertidumbre. El trazado urbano fue rediseñado, y la comunidad tuvo que adaptarse a un nuevo entorno.
Pereira estuvo allí, cámara en mano, documentando cada paso. Fotografió el pueblo antes de su desaparición, casa por casa, calle por calle. Captó los rostros de quienes se despedían de sus hogares, los trabajos de desmontaje, la construcción del nuevo Portomarín. Su archivo no solo muestra imágenes: cuenta una historia de pérdida, de resistencia y de reconstrucción.
Las imágenes de esa época son especialmente conmovedoras. Se ven niños jugando en calles que ya no existen, mujeres lavando en el río que pronto sería embalsado, hombres trabajando en campos que desaparecerían bajo el agua. También hay fotos del desmontaje de la iglesia, con las piedras numeradas, listas para ser trasladadas. Y del nuevo pueblo, aún en construcción, con sus calles vacías y sus casas recién levantadas.
Gracias a Pereira, hoy podemos ver cómo era el trazado original, las fachadas, las plazas y los rostros de quienes vivieron ese cambio. Su archivo es una crónica visual única de la transformación de unacomunidad entera.
El impacto emocional en la comunidad
Para los habitantes de Portomarín, las fotografías de Pereira son mucho más que recuerdos: son espejos donde reconocerse. Muchos vecinos han encontrado en sus imágenes la única representación visual de sus padres, abuelos o amigos ya fallecidos. Esa experiencia de reencontrarse con un rostro perdido tiene un impacto emocional profundo, que convierte el archivo en un patrimonio afectivo. No se trata solo de historia, sino de identidad. Cada fotografía es un puente entre generaciones, un hilo que conecta a quienes vivieron el traslado con quienes hoy habitan el nuevo Portomarín. En las reuniones vecinales, las imágenes de Pereira suelen despertar conversaciones, risas, lágrimas y relatos que de otro modo se habrían perdido. El archivo, por tanto, no es estático: es un espacio vivo donde la memoria se reactiva y se comparte. Esa dimensión comunitaria explica por qué la digitalización y difusión del legado es urgente: porque no pertenece solo a un fotógrafo, sino a toda una colectividad que encuentra en él su reflejo más íntimo.
“A memoria mergullada”: el libro que rescata su legado
En 2019, la Diputación de Lugo publicó el libro A memoria mergullada. Fotografías de Portomarín 1952–1963, una selección de 228 imágenes en blanco y negro tomadas por Pepe López. La edición incluye textos de Adolfo de Abel Vilela y Eduardo Ochoa, que contextualizan las fotografías y explican su valor documental.
El libro es mucho más que una recopilación de imágenes. Es un homenaje a la mirada de Pereira, a suconstancia y a su compromiso con la memoria colectiva. Las fotos muestran escenas cotidianas: niñosjugando, mujeres lavando en el río, hombres trabajando en el campo, procesiones, mercados, y momentos íntimos que hoy tienen un valor incalculable.
También hay imágenes del pueblo sumergido, de las ruinas visibles cuando baja el nivel del embalse, y de la nueva vida que se construyó en el nuevo Portomarín. El libro ha sido clave para difundir el valor del archivo y para reconocer el papel de Pereira como cronista visual de una época.
Para quienes vivieron ese Portomarín, el libro es una forma de reencontrarse con su infancia, con sus padres, con sus vecinos. Para quienes no lo conocieron, es una ventana abierta a un mundo que ya no existe, pero que sigue vivo en la memoria.
Un archivo vivo, aún por descubrir
Aunque el libro recoge una parte significativa del archivo, la mayoría de los negativos siguen sin digitalizar. Están guardados en sobres, cajas y archivadores, esperando ser clasificados. La tienda de fotografía que regentó durante décadas ya está cerrada, pero su legado sigue vivo.
A sus más de 90 años, Pereira conserva una memoria prodigiosa. Recuerda cada imagen, cada rostro, cada historia. Su archivo es una fuente inagotable para historiadores, vecinos y curiosos. Es urgente que se digitalice y se conserve adecuadamente, no solo por su valor documental, sino por su capacidad de conectar generaciones.
Cada fotografía es una cápsula de tiempo. Nos muestra cómo era la vida antes del embalse, cómo se vestía la gente, cómo eran las casas, los oficios, las costumbres. Nos permite reconstruir la historia familiar, identificar a nuestros abuelos, tíos, vecinos. Es un archivo que no pertenece solo a una persona, sino a toda una comunidad.
La urgencia de la conservación y digitalización
El archivo de más de 44.000 negativos constituye un tesoro frágil. El paso del tiempo, la humedad y el deterioro de los materiales amenazan con borrar definitivamente esas imágenes. La digitalización no es solo una tarea técnica, sino un acto de responsabilidad patrimonial. Conservar este legado implica garantizar que las futuras generaciones puedan acceder a él sin depender de soportes físicos que inevitablemente se degradan. Además, la digitalización abre la puerta a proyectos de investigación, exposiciones virtuales y usos educativos que multiplican el alcance del archivo. En un mundo donde la memoria visual se consume en pantallas, preservar las fotografías de Pereira significa también reivindicar la importancia de la imagen como documento histórico. La urgencia es evidente: cada día que pasa sin un plan de conservación integral es un riesgo para la memoria colectiva. Instituciones, vecinos y especialistas deben colaborar para asegurar que este archivo no se pierda, porque su valor trasciende lo local y se inscribe en la historia cultural de Galicia y de España.
Lo que captaron sus fotografías: una ventana al alma de Portomarín
Las fotografías de Pereira no son simples retratos ni documentos técnicos. Son fragmentos de vida. En cada imagen hay una historia, una emoción, una conexión con el tiempo que fue. Lo que vemos en ellas es la Galicia rural de mediados del siglo XX, con sus gestos sinceros, sus espacios humildes y sus vínculos humanos.
En una de las imágenes, un grupo de vecinos se reúne en lo que parece una tienda o taberna, rodeados de banderines y telas, probablemente durante una celebración. No hay poses forzadas: hay miradas, conversación, cercanía. Es el tipo de escena que hoy nos permite reconocer a nuestros abuelos, tíos, vecinos ya fallecidos, y entender cómo vivían, cómo se relacionaban, cómo se vestían y cómo se expresaban.
Otra fotografía muestra a dos hombres sonrientes en un bar, uno tras la barra y otro sentado. Es una escena sencilla, pero cargada de humanidad. El gesto relajado, la sonrisa sincera, los objetos sobre el mostrador… todo nos habla de una época en la que la vida se tejía en torno a espacios compartidos.
Una tercera imagen, con un joven sosteniendo botas y patrones de zapatero, nos muestra el oficio, el trabajo manual, la dignidad del artesano. Muchos de nosotros tenemos familiares que fueron zapateros, carpinteros, labradores… y verlos en acción, aunque sea en una imagen antigua, nos conecta con nuestras raíces.Y la última, con un grupo de hombres en traje sobre una balsa en el río, es casi poética. La solemnidad de la vestimenta contrasta con la rusticidad del transporte. Es una imagen que refleja perfectamente la Galicia de entonces: formal, rural, adaptada a su entorno.
Estas fotografías nos permiten ver a nuestros familiares, amigos y vecinos en momentos espontáneos, reales, humanos. Nos dan acceso directo a nuestro pasado, no como una reconstrucción idealizada, sino como una memoria viva.
Portomarín Virtual: revive el pueblo sumergido gracias a la tecnología
Uno de los proyectos más emocionantes que ha surgido a partir del archivo de Pereira es Portomarín Virtual, una experiencia inmersiva que permite recorrer el antiguo pueblo tal como era antes de su desaparición. Impulsado por la Xunta de Galicia dentro del programa Galiverso, este proyecto combina tecnología 3D, realidad virtual y documentación histórica para reconstruir el trazado original del Portomarín de los años 50 y 60.
Gracias a la digitalización de miles de fotografías del archivo de Pereira, se han recreado más de 250 casas, la iglesia de San Nicolás, el Hospital de Peregrinos, las plazas, las calles y el entorno fluvial del Miño. El visitante puede colocarse unas gafas de realidad virtual y caminar por el pueblo sumergido, ver cómo era la vida cotidiana, escuchar sonidos de la época y conocer la historia a través de testimonios reales.
¿Dónde y cuándo se puede visitar?
Lugar: Galiverso – Cidade da Cultura de Galicia, Monte Gaiás, Santiago de Compostela
Horario: Martes a viernes: de 16:00 a 20:00 – Sábados, domingos y festivos: de 11:00 a 14:30 y de 16:00 a 20:00
Entrada: gratuita
Acceso: no requiere reserva previa
La experiencia Portomarín Virtual no es solo una exposición tecnológica. Es una forma de devolverle vida a un pueblo que sigue muy presente en la memoria colectiva. Para quienes vivieron el antiguo Portomarín, es una oportunidad de volver a caminar por sus calles. Para quienes no lo conocieron, es una forma de entender cómo era la vida antes del embalse, cómo se organizaba el espacio, cómo se vivía en comunidad.
Además, el proyecto ha sido reconocido internacionalmente por su valor patrimonial y tecnológico. El equipo de investigadores de la Universidade de Santiago de Compostela, liderado por Julio Vázquez Castro y Jesús Ángel Sánchez García, recibió el prestigioso premio europeo Synergy Grant por su trabajo en la reconstrucción virtual del Portomarín desaparecido. Este reconocimiento confirma que el esfuerzo por preservar la memoria no solo tiene valor local, sino también universal.
Como alguien que ha vivido esta historia desde dentro, puedo decir que esta experiencia es mucho más que una exposición: es una forma de reconciliarnos con nuestro pasado, de honrar a quienes lo vivieron y de transmitirlo a quienes vendrán.
Portomarín como metáfora de la memoria sumergida
La historia de Portomarín, trasladado piedra a piedra y sumergido bajo las aguas, es también una metáfora universal sobre la fragilidad de la memoria. Lo que ocurrió en los años 60 refleja cómo el progreso puede borrar paisajes, modos de vida y comunidades enteras. Sin embargo, gracias a la mirada de Pereira, esa desaparición se transformó en permanencia. El pueblo sumergido sigue vivo en las imágenes, en los relatos y ahora en la reconstrucción virtual. Portomarín se convierte así en símbolo de resistencia frente al olvido, en ejemplo de cómo la memoria puede sobrevivir incluso a la pérdida física. La metáfora de la “memoria sumergida” nos recuerda que todos los pueblos, todas las comunidades, enfrentan el riesgo de ver desaparecer sus tradiciones y espacios. Preservar la memoria no es un lujo, sino una necesidad para mantener la identidad. En este sentido, el archivo de Pereira y el proyecto Portomarín Virtual no solo hablan de un pueblo gallego, sino de la condición humana: la necesidad de recordar para existir.
La memoria que sigue viva
Portomarín cambió, pero no desapareció. Aunque sus calles fueron cubiertas por el agua, su historia sigue viva gracias a la mirada de Pepe López “Pereira” y a proyectos como Portomarín Virtual. Su archivo fotográfico es un testimonio de dignidad, de resistencia y de amor por la tierra. Cada imagen que captó es una prueba de que la memoria no se borra, sino que se transforma.
Hoy, gracias a sus fotografías, podemos ver cómo era la vida cotidiana de nuestros familiares, amigos y vecinos. Podemos identificar rostros, reconstruir vínculos, entender costumbres. Para muchos, estas imágenes son la única forma de volver a ver a un ser querido ya fallecido, de recordar una infancia olvidada, de recuperar una historia familiar que no quedó escrita pero sí fotografiada.
El acceso a este archivo —ya sea a través del libro A memoria mergullada, de exposiciones locales o del proyecto Portomarín Virtual— es un regalo para la comunidad. Nos permite mirar atrás con respeto, con emoción y con gratitud. Porque lo que Pereira captó con su cámara no fue solo luz y sombra: fue vida.
Y esa vida, aunque sumergida, sigue flotando en la memoria de todos los que la amamos.




